top of page
  • Humberto Moheno

Mi primera bici

Actualizado: 8 jul 2023


Mi primera bici. Humberto Moheno Goicoechea


Me desperté emocionado, con esa sensación de nervios buenos. Papá y mamá estaban dormidos, y tenía que despertarlos, así que corrí rápidamente hacia su habitación. "¡Papá, mamá, es Navidad!" exclamé con entusiasmo junto a su cama. Como no surtió efecto, decidí imitar al niño de la película de moda y salté en la cama. "¡Es Navidad, los regalos ya están aquí!" Mis saltos lograron despertarlos sin duda alguna.


Papá me acompañó hasta el árbol de Navidad, y ahí estaban, los regalos. Cada uno de los que había pedido, pero había uno muy especial: una bicicleta azul con ruedas auxiliares. Era exactamente lo que un niño de seis años deseaba. Había una nota atascada en el manubrio que decía: "Nunca te detengas".


No pasó mucho tiempo, solo uno o dos cafés para papá, antes de que dijera: "¡A dar un paseo!". Salimos a la calle y comencé a pedalear. Nunca se olvidan los primeros intentos; aprender a "frenar con los pedales", esa técnica arcaica de tirar hacia atrás para detenerse. El problema era si la cadena se salía. La primera vez que sucedió, no pude frenar y choqué contra el auto de nuestra vecina.


Con el tiempo, llegó la lección de andar sin ayuda, sin las "rueditas". Vinieron las primeras y duras caídas. La bicicleta resistía todo, mientras que yo terminaba con algunos raspones. Mamá y papá decidieron comprarme un casco y rodilleras, al contrario de lo que acostumbra hoy en día, primero el casco y luego la bicicleta. Pero la verdad es que las usé muy poco. Papá y mamá siempre me decían: "Si te caes, levántate y sigue pedaleando. Si dejas de pedalear, te caerás". Su consejo fue útil y las caídas fueron disminuyendo, los accidentes solo ocurrían cuando la cadena se salía y no podía frenar.


Llegó el momento de aprender a reducir la velocidad o frenar para luego poder ir más rápido. Sí, era algo difícil de entender para un niño. "Se llaman 'cuestas'", me dijo papá. "Te toca subirlas, algún día tendrás una de esas bicicletas de ruta con ochenta velocidades que te ayudarán a subir más fácilmente, pero primero debes aprender a hacerlo con esta bicicleta".


Descubrí que las cuestas eran difíciles, agotadoras y, a veces, sin sentido. Muchas veces tenía ganas de bajarme del asiento. La primera vez que lo intenté, papá me gritó: "¡No te detengas! Si te detienes, será más difícil volver a empezar. Es mejor que vayas parado en tu bicicleta, te costará menos esfuerzo". Seguí su consejo y su mirada me infundió fuerza y confianza. La técnica me estaba ayudando. "¡Ya casi llegas a la cima!" exclamó papá. "¡Ahora viene lo mejor!"


La velocidad de la bajada: pasión, disfrute, adrenalina. "Después de todo esfuerzo, siempre hay una recompensa", decía papá.


Una vez llegas a la cima, está ahí, y luego tienes que llegar al valle. Me tocaba disfrutar de la bajada y eso hice. Pedaleé dos veces y fue suficiente, la bicicleta agarró la velocidad necesaria. Iba rápido, con esa adrenalina de la aventura, disfrutando, cuando de repente escuché un sonido extraño... era la cadena. La cadena se había salido y estaba a punto de llegar al final de la cuesta, directo hacia un auto estacionado en una calle lateral. Solo grité: "¡Papá, ayuda!", a lo que él me respondió a lo lejos: "Tú puedes, descubre cómo hacerlo".


Lo primero que se me vino a la mente fue lanzarme de la bicicleta, pero recordé lo que papá me había dicho al principio: "Una vez que estás arriba, solo te bajas para tomar agua y seguir más lejos". Pero aquí la pregunta era: ¿cómo detener mi bicicleta? ¿Qué herramientas tenía? Como un instinto natural, usé mis pies calzados con mis tenis blancos, aquellos que mamá me había comprado para la escuela y me había pedido que no usara para jugar en casa ni en la bicicleta.


Comencé a raspar mis tenis para frenar, la bicicleta comenzó a reducir la velocidad y casi llegaba al auto de frente. Apreté más mis tenis contra el pavimento hasta que estos se abrieron, se abrieron tanto que mis calcetines y luego mis dedos se convirtieron en el mecanismo para frenar a pocos centímetros del auto.


¡Lo logré! Había frenado. Papá llegó corriendo y en lugar de regañarme por "el susto" como otros harían, me aplaudió. "¡Ves, lograste frenar!" dijo emocionado. Aunque mamá no estará muy contenta con lo que pasó con los tenis, concluyó.



Mi primera bici. Humberto Moheno Goicoechea

Con mi primera bicicleta disfruté de las bajadas, las subidas y los caminos. No tanto de las caídas, pero me enseñó a levantarme y seguir rodando. Pasé años con ella, fue mi mejor compañera hasta que mamá y papá decidieron que era hora de cambiarla, ya me quedaba pequeña. En una Navidad, nos sentamos juntos a escribir una carta y pedir una bicicleta nueva, y llegó. Fueron momentos de nuevos caminos.


Doné mi primera bicicleta a un centro de bicicletas usadas, y mamá notó la tristeza en mi rostro. Se arrodilló, me miró a los ojos y me explicó: "Todo lo que aprendiste con ella, lo aprenderá otro niño más pequeño que tú".


Años más tarde, tuve otras bicicletas: de montaña y de ruta, especializadas como me explicó papá. Todas ellas tenían un mayor costo, pero descubrí que ninguna era tan valiosa como mi primera bicicleta, aquella que me enseñó a pedalear, a confiar, a caer y levantarme, a disfrutar de la velocidad, a frenar cuando era necesario y a detenerme solo para recargar energías, porque el camino no tiene fin.


Y tú, ¿recuerdas tu primera bicicleta?



 

¿O MEJOR NOS ESCUCHAMOS?



 
LA CANCIÓN DE LA HISTORIA:

bottom of page